Me ha pasado varias veces ya. Lo de cambiar cervezas por historias. La verdad sea dicha siempre he acabado borracho, hablando más de la cuenta y con unas cuantas historias que no me pertenecen. Después de tanta borrachera he tomado varias decisiones: la primera y más importante abstenerme en todos los sentidos, -me estoy quitando-; la segunda no contar más historias por que al fin y al cabo las historias son algo muy personal y como nunca he sabido contarlas bien; y como nunca se interpreta lo que uno quiere, casi nunca suelen tener un final feliz, -aunque en realidad las mías rara vez lo tienen-. Y la tercera no quedarme nunca más con ninguna historia que no me pertenezca, vamos, salir corriendo cuando aún esté a tiempo.
Sería patético si no fuera tan triste. Cuando tienes cierta capacidad para juntar “cuatro palabras”, que suenen bien, la gente se acerca a ti pensando que te conoce un poco. Sin embargo, cuando les dices: “¿Quieres conocerme de verdad? Pues hazme un hueco en el resto de tu vida para poder explicarte lo que soy”, entonces, la gente se acongoja, -suena menos grosero que acojona-, y sale por pies. Se acabaron sus ganas por conocerte. Se acabaron las cervezas y las historias. Somos así, no hay paciencia para tanta historia ni riñón que lo aguante. Así que ya saben si beben no hablen. Y si lo hacen allá cada cual con su resaca.
Besos y abrazos sinceros que unen más que las palabras y te producen menos dolores de cabeza.
lunes, 9 de marzo de 2009
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